martes, 22 de noviembre de 2011

Controlar la calidad de la información

Desde la apertura de este blog hasta el día de hoy se han producido los hechos periodísticos y/o pseudo-periodísticos que he ido registrando. Son pocos los registrados porque mi tiempo y mis posibilidades de observación son limitadas, pero son innumerables los que se producen diariamente, a propósito de lo importante, de lo superfluo y de todo lo que media entre estos dos extremos.
Si me he centrado en unos cuantos nombres de periodistas para señalar que sus producciones escritas tienen mucho que ver con la propaganda y nada con el periodismo ha sido única y exclusivamente por esto y nada más. No siento por sus personas nada destacable. No los conozco personalmente. Ellos tampoco me conocen a mí. Si he seguido sus publicaciones en El Confidencial fue porque sus producciones textuales constituyeron ejemplos de propaganda más o menos encubierta o más o menos razonada. Por eso suelo referirme a las piezas que escriben llamándolas texto, producción verbal o cualquier expresión que sirva para referirme de manera neutra a un texto escrito. No las llamo artículos, columnas o noticias porque no lo son. Cualquiera de estos géneros se nutre fundamentalmente de la información, es decir: de aquello que no se conoce y que es nuevo para el lector de prensa. En los textos que estos profesionales de la comunicación (no se puede decir aquí información por motivos obvios) elaboran se muestran informaciones de sobra conocidas, es decir: no-informaciones. En esta actividad podemos asistir a auténticas series pseudo-informativas como, por ejemplo, la repetición de un mismo hecho día tras día. Un ejemplo que citamos lo constituye el seguimiento que don José Luis Lobo hizo del denominado por algunos caso Urdangarín durante los días 9, 10, 11, 12, 14, 16, 17, 18 y 19 de este mes de noviembre del presente año 2011, durante los días de la campaña electoral. La decisión de este profesional de la comunicación o del consejo de redacción de El Confidencial en concentrarse en este asunto obedecerá a una estrategia encaminada al consumo de un determinado tipo de contenidos por un determinado tipo de lectores. Un tipo de lectores con unas determinadas expectativas informativas a los que les regocija este tipo de asuntos. Este profesional, don José Luis Lobo, y El Confidencial publicarán cosas sobre Urdangarín y su presunta actividad ilegal al frente de la fundación Nóos confiado en que existe un público al que le regocija leer cosas sobre un miembro de la familia real con apellido vasco que, además, haga las mismas cosas que otros probados e imputados malversadores y perceptores de dádivas en moneda y en especie.
Seguramente tendrán razón.
Cuentan con medios para saber cuántos pinchan en la noticia con un clic. No saben si la leen, pero sí si la pinchan. Esto hace que el titular de la noticia se exprese de una manera tal que provoque que la noticia sea pinchada irremediablemente, muchas veces forzando los límites de la verosimilitud.
El caso Urdangarín no es más que un ejemplo.
A menudo se tiende a pensar que los políticos son mendaces, mentirosos, hipócritas, falsos, ruines, etc. Todos los adjetivos que existen para calificar a aquella persona que no dice la verdad de una manera u otra son frecuentes en presidentes de gobierno, ministros, consejeros, dirigentes de partidos y demás. No se suele caer en el hecho evidente de que quien media entre políticos y público son los profesionales de la comunicación, cuyo trabajo con respecto a los políticos se reduce a transmitir lo que ellos dicen y hacen.
Nada más. O al menos debería ser así.
Los políticos pueden ser todo eso y más, pero la cuestión no es esa; el problema aquí es que muchos periodistas interpretan lo que dicen los políticos cuando aparentemente lo transmiten. Fingir que se transmite una información es una manera de decir otra cosa distinta. Un ejemplo de esto fue analizado en el post José Blanco endosa a Mariano Rajoy cosas sobre Eta.
Siendo, pues, los profesionales de la comunicación los mediadores, son los responsables de todas las deformidades informativas que les afectan. En este blog se han señalado algunas, unos botones de muestra.
Por lo tanto una parte importante de la mendacidad, la mentira, la hipocresía, la falsedad y la ruindad de los políticos o del mundo de la política puede tener su origen en el tratamiento que de la información política realizan algunos profesionales de la comunicación. Los políticos no tienen necesidad de mentir habiendo profesionales dispuestos a amplificar el mensaje de uno y a deformar el mensaje del rival. Del mismo modo que otrora había hagiógrafos y panegiristas, ahora hay propagandistas de tal o cual tendencia.
La cuestión es si, como lectores de prensa, debemos aceptar esto cándidamente o si deberíamos controlar la calidad de estas producciones textuales con criterios periodísticos. Porque lo cierto es que nadie lo controla. Cualquier deformidad de este tipo queda sin corregir y arrojando sus efectos perniciosos en las personas.

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