Decíamos ayer a propósito de una Tercera de ABC intitulada "Un ejercicio de responsabilidad" firmada por Xavier Pericay
que ES INANE asociar responsabilidad a elementos a los que ya se les supone (el Gobierno, los proyectos de ley
que promueven, los profesionales de la educación, los alumnos) A NO SER que sea con el
propósito de advertir a alguien de que alguno de estos (el Gobierno, los
proyectos de ley que promueven, los profesionales de la educación, los alumnos)
no son responsables. Ese es, en efecto, en propósito del
autor: señalar quien no es responsable, en sentido lato.
Para eso habrá que
observar a quien atribuye Xavier Picay la obligación de RENDIR CUENTAS, una
expresión que emplea en tres ocasiones, frente a las seis en que repite EJERCICIO
DE ESPONSABILIDAD -título incluido-.
Bien, en una
ocasión pondera las novedades en la evaluación como un elemento que acostumbrará
a LOS ALUMNOS a rendir cuentas[1].
En otra sostiene que LOS CENTROS con la nueva ley verán incrementada
su autonomía, y que eso equivale a que, en otras palabras, se les pidan
cuentas[2].
La tercera vez indica la posibilidad que la futura ley tenga de obligar a pedir
cuentas a MAESTROS y PROFESORES, de quienes Xavier Pericay dice que <<lo máximo que se permiten en cuanto a
esfuerzo es alguna que otra soflama ideológica de tarde en tarde.>>[3]
Es llamativo que no atribuya a los autores
de la LOMCE (el Gobierno, el Ministerio de Educación y las personas
comisionadas por éste para la elaboración de la ley) la obligación de rendir
cuentas pese a afirmar que la ley que elaboran es un ejercicio de
responsabilidad, y que tiene a esta (a la responsabilidad) como factor
clave de la nueva ley. Es todavía más llamativo que atribuya la obligación
de rendir cuentas a los alumnos, a los centros (al personal que trabaja en
ellos), a los maestros y a los profesores, que no tienen responsabilidad alguna
en la elaboración de la nueva ley y sin los cuales, sin embargo, esta ley de
educación o cualesquiera leyes de las que en el mundo hayan sido o vayan
a ser se vería abocada al absurdo, al esperpento.
Y lo que es no ya llamativo, sino
absolutamente pasmoso es que Xavier Pericay atribuya a los maestros y
profesores españoles de la enseñanza pública <<una indolencia colosal, cuyo único objetivo
es alcanzar la jubilación y, si puede ser anticipada, mejor.>> Y no se debe olvidar a este respecto el
epíteto <<simple>> que cuidadosamente coloca ante la designación
<<profesor interino>>, en lo que sin duda desliza una desdeñoso
menosprecio por los profesionales de la enseñanza que desarrollan su trabajo en condiciones laborales de interinidad[4].
He aquí el principal propósito de este artículo: denigrar a los profesionales docentes de la enseñanza pública.
Y para terminar ya de una vez con este libelo
habrá que dejar escrito que, pese a todo esto, la totalidad de su contenido es absolutamente irrelevante. Sólo tiene una relativa importancia que sea Xavier Pericay quien lo haya escrito.
[1] <<Implantar distintos sistemas de
evaluación a lo largo de toda la enseñanza obligatoria y postobligatoria,
aparte de fomentar el afán de superación de los ALUMNOS, supone acostumbrarlos
a RENDIR CUENTAS.>>
[2] <<Que los CENTROS vayan a ver incrementada su autonomía comportará
que sean evaluados conforme a determinados parámetros. En otras palabras: QUE
SE LES PIDAN CUENTAS y que, en caso de
no cumplir con lo acordado —en el ámbito académico o en el de la estricta
gestión—, la Administración tome cartas en el asunto.>>
[3] <<No obstante,
sigue habiendo en la enseñanza pública no pocos MAESTROS Y PROFESORES dotados
de una indolencia colosal, cuyo único objetivo es alcanzar la jubilación y, si
puede ser anticipada, mejor. Algunos, lo máximo que se permiten en cuanto a
esfuerzo es alguna que otra soflama ideológica de tarde en tarde. De ahí que la
posibilidad de QUE en el futuro SE LES
OBLIGUE A RENDIR CUENTAS y a hacerse
acreedores a la condición de servidores de lo público —y, si no, a responder,
esperemos, con el sueldo o con la plaza— deba ser celebrada.>>
[4] <<Durante mucho
tiempo la adquisición de la categoría de funcionario de la enseñanza, o incluso
la de simple profesor interino, ha llevado aparejada, en numerosos casos, una
sensación de fin de trayecto.>>