jueves, 23 de agosto de 2012

Una metáfora.

Algunos lectores de prensa, de natural promiscuos, libertinos y polígamos, tuvieron ocasión de observar una singular coincidencia en la primera plana de los diarios El Mundo y ABC. Vea el amable lector a qué me refiero y ahorre yo el aparato verbal descriptivo necesario para trasmitir este fenómeno:


El lehendakari, Patxi López, ‘tira la toalla’.
Así interpretan estos dos diarios que el mentado dirigente adelantara en cuatro meses las elecciones autonómicas en Euskadi. Tirar la toalla es una expresión originaria del mundo del boxeo: durante un combate, cuanto el entrenador de uno de los contendientes tira la toalla al centro del ring se detiene la pelea y el árbitro declara ganador a su rival. Esta prerrogativa del entrenador sirve para detener el castigo que puede sufrir un púgil cuando está en inferioridad frente a su adversario. La causa de ésta puede ser una lesión, una clara superioridad de su oponente o cualquier otra circunstancia.
En estos términos expresan ambos diarios sus líneas editoriales. Al hacer uso el lehendakari de su prerrogativa de adelantar las elecciones en cuatro meses (4), ABC y El Mundo enmarcan esta acción en un contexto de claudicación, del castigo sufrido, del dolor y del daño que el lehendakari pretende evitarse a sí mismo con ello, no como la ejecución de una función que le es propia e inherente al cargo.
Vayamos a la esencia del hecho que propicia la noticia: la convocatoria de elecciones y su anticipación en cuatro meses a la fecha en que habría de terminar la legislatura. Saltan a la vista al menos tres obviadas evidencias. La primera es que el lehendakari el único que puede convocar unas elecciones en las presentes circunstancias. La segunda es que se trata de una noticia esperada y que su novedad estriba no en las elecciones, sino en su anticipación en cuatro meses (4). La tercera es que una legislatura dura 4 años (48 meses) y que esta que nos ocupa durará cuatro 4 menos 4 meses (44 meses) debido a esta decisión del lehendakari.
Y ahora miremos el marco al que nos encamina la visión de ABC y El Mundo. Si esta convocatoria de elecciones anticipadas es ‘tirar la toalla’, los 4 años o los 48 meses de la legislatura serán los ‘asaltos’ de un ‘combate’, el lehendakari ocupara el lugar de uno de los entrenadores de sendos ‘púgiles’ que irremediablemente habrán de ser identificados con el gobierno de Euskadi y la oposición. Según esto, Patxi López ‘tiró la toalla’ ante el castigo al que fue sometido su ‘púgil’ (el gobierno de Euskadi) por el otro ‘púgil’ (la oposición), y por eso opta por retirarse y declararle vencedor.
En esta visión subyace una crítica a una convocatoria electoral. Es obvio ABC y El Mundo no están de acuerdo con estos comicios. Tirar la toalla (convocarlos anticipadamente) implica declarar vencedor a otro y la imposibilidad de vencer para quien Tira la toalla. ABC y El Mundo dan por hecho quien va a ganar estos comicios. Al menos dan por hecho que el partido de Patxi López no ganará y el que ellos quisieran que ganara tampoco.
La única variable objetiva es ‘cuándo’ se celebra. Bien. La pregunta es si una adelanto de cuatro meses al fin prescrito de la legislatura puede determinar el resultado electoral. O lo que es lo mismo: si en 4 meses puede alguien hacer (PSOE, PP, IU,) que no gane quien se espera que gane (PNV, EA, Bildu) estos comicios que no se haya hecho en los 44 meses anteriores a la convocatoria electoral anunciada.
Atribuir al electorado vasco una ‘volatilidad’ política tal que en cuatro meses pueda cambiar nos remite, si bien metafóricamente, a la variabilidad que experimenta la prima de riesgo en el mercado secundario. Podría colegirse de esto un cierto desdén hacia la voluntad de los votantes vascos, sobre los que ABC y El Mundo proyectan unas miras determinadas y previsibles, dignas de su crítica. Velada. Eso sí.
El diario La Razón subvierte en otros términos esta convocatoria electoral:

En una línea de reflexión compatible con la anterior, pero que no desarrollaré porque el título de esta entrega impone sus límites.



miércoles, 22 de agosto de 2012

Una palabra.

‹‹Uno de los descubrimientos fundamentales de la ciencia cognitiva es aquel según el cual la gente piensa en términos de marcos y de metáforas — estructuras conceptuales como las que se han descrito. Los marcos están en las sinapsis de nuestro cerebro, presentes físicamente bajo la forma de circuitos neuronales. Cuando los hechos no encajan en los marcos, los marcos se mantienen y los hechos se ignoran. ››
Así es, la gente piensa en términos de marcos y de metáforas”. Necesitamos saber primero qué es un ‘marco’ y qué es una ‘metáfora’. Ejemplos de esta, de la metáfora, se han dado ya en este blog. Remito al amable lector a los titulados La España caníbal o Un corresponsal político en un medio digital. El primero explica la expresión ‘La España caníbal’, que sirve en un determinado contexto para designar a un sector de la sociedad española caracterizado por practicar una suerte de antropofagia (es metafórico) político-verbal; el segundo hace lo propio con el titular ‘La juez noquea a Blanco y arruina a Rubalcaba’, que en absoluto ha de entenderse literalmente, evidentemente. Estos son ejemplos de procedimientos metafóricos, que sirven para transmitir una determinada visión de los hechos proclive a que el lector interprete los hechos de una determinada manera. Las metáforas son usadas de continuo: tanta verdad puede haber en que Rajoy haya ‘anulado’ a Rubalcaba como en que un delantero del Madrid haya ‘batido’ a un guardameta del Barcelona. Incluso si permutamos los términos: da igual quien ‘anule’ o quien ‘bata’. Todo depende del contexto y de las intenciones de quien lo escriba, independientemente de la verdad objetiva.
Pero no es la metáfora el propósito de esta entrega, sino el ‘marco’ y para ello me remitiré a un hecho: el pasado 18 de agosto fue el 76º aniversario de la muerte de Federico García Lorca. Supe de esta efeméride por la radio. Escuchaba un programa de la Cadena Ser. Decían, si no recuerdo mal:
‹‹ Se conmemora la muerte de Federico García Lorca, que fue fusilado, acusado de ser simpatizante del Frente Popular y de ser abiertamente homosexual.››
La rememoración anual de tan lamentable hecho no tendría importancia alguna si no fuera por la palabra subrayada.
No es un asunto baladí. ‘Acusado’ implica la existencia de un marco en el que se presuponen elementos como ‘juez’, ‘abogado’, ‘ley’, ‘delito’, etcétera. Quien se crea esta frase podrá pensar que el fusilamiento de Lorca fue la ejecución de una sentencia dictada por un tribunal que instruía una causa contra él. No fue así, no hubo causa ni ‘juez’ ni ‘abogado’ ni ‘ley’ ni ‘delito’. Nada.
Si en lugar de ‘acusado de’ figurara ‘por’ (“por ser simpatizante del Frente popular y por ser abiertamente homosexual”) desaparecería el marco y figurarían unos motivos desnudos, sin términos que evocaran de procedimiento judicial alguno, unos motivos que destacan por su irracionalidad, por ser no-razones. Porque destacan la tragedia de esta muerte: su arbitrariedad. Lo que hizo posible que Lorca muriese así fue la pura gana que unas personas tuvieron de matarlo.
Visto esto, hay que concluir que el autor de la frase miente si dice que Lorca “fue acusado de”. Esta mentira destruye el relato de los hechos, falsea la realidad histórica y trae una serie de ficciones jurídicas al escenario de la muerte de Lorca.
Todo esto se consigue porque, como dice Lakoff arriba, “la gente piensa en términos de marcos” y esto significa que si escuchamos la palabra ‘acusado’ las ficciones jurídicas (‘juez’, ‘tribunal’, ‘juicio’, ‘ley’) serán creadas en nuestro cerebro. El autor no necesita contarlo todo.
Y lo peor es que si nos las creemos, los hechos reales pueden no ser suficientes para sacarnos del error. La prueba esto está en que cualquiera que haya creído esta frase emitida por radio el pasado día 18 de agosto tenderá pensar que la muerte de Lorca no fue arbitraria, que fue por motivos que tal vez no sean justificables.
Y todo esto por una sola palabra. 





viernes, 17 de agosto de 2012

“Tráguese o al menos no grite, murmulle los insultos.”

“Ira, error y miseria”. Así titula Hermann Tertsch su artículo en el diario ABC del pasado 27 de julio. Tertsch degrana esta aleccionadora tríada nominal en cuatro párrafos que el amable lector podrá leer si oprime doblemente el botón izquierdo de su ratón en el presente enlace.
No de ahí, sino de la edición en papel del ABC de la fecha indicada, hemos tomado nota de algunos fragmentos para componer este florilegio:
‹‹ Si le quitan el sitio para aparcar (...), no se exceda con los gestos ofensivos y tráguese o al menos no grite, murmulle los insultos(...). Tenemos que dar las gracias por no tener la tradición americana de la autodefensa armada y del coleccionismo de fusiles de asalto porque (...) este país se nos iba a poner entretenido (...).Y no me refiero ya a esa jauría de miserables agazapados tras el anonimato que siembran de insultos e infamias las redes sociales››
‹‹Las frustraciones en estos tiempos de zozobra y mala uva se manifiestan con tanta virulencia que debiera preocuparnos. Y no hay que recurrir  ya por desgracia a los peores, como ese Martínez, el sindicalista de la UGT de Madrid, que proclama ya la guerra, para intuir que vamos a tener años a tener años de necesaria precaución aumentada en la aproximación a nuestros semejantes (...).Es muy comprensible que en tiempos tan inclementes sean muchos los que tienen necesidad de esa sensación de pertenencia que da el saberse miembro de la inmensa tribu de perjudicados.››
‹‹Esto se puede aplicar a situaciones de dramatismo auténtico (...). Pero también se puede aplicar a farsantes ridículos, a necios peligrosos y a canallas frívolos.››
‹‹El panorama mediático aquí tiene campeones. Ahora más que nunca habría que decirles que las llamadas que hacen al envilecimiento desde sus tribunas públicas son despreciables. Porque hay majaderías que son sólo un producto tonto del que vivir un listo, como por ejemplo Pilar Rahola (...). ››
Esto, que no es un resumen, lo transcribimos al objeto de mostrar qué palabras utiliza y para qué las utiliza. Un resumen requeriría modificar el mensaje y, con él, la intención comunicativa del autor. Quien quiera acceder al texto íntegro aquí tiene otro enlace. Es el tercero que ponemos y puede que no sea el último.
En estos fragmentos destaca la mención a dos personajes concretos, uno es ‘ese Martínez, el sindicalista de la UGT de Madrid’ y el otro es ‘Pilar Rahola’. Esta, ateniéndonos a la literalidad del texto, aparece citada ad exemplum. Más adelante explicaremos pormenorizadamente por qué el carácter ejemplar esta cita se correspondería más con el primero de los personajes (‘ese Martínez, el sindicalista de la UGT de Madrid’), cosa que contradice lo explícitamente declarado por Tertsch. La cita a ‘Pilar Rahola’, si bien coincide con su propósito ejemplarizante, no se ajusta al simple ejemplo marginal al que remite la expresión ‘como por ejemplo’ que la introduce, sino que forma parte de la res del artículo, su tema central.
Pero antes merece la pena destacar el hábil manejo que el autor realiza del argumento de autoridad, como ya vimos en otro comentario nuestro titulado ‘Argumento de autoridad y corriente de conciencia’. El sabio sobre el que Tertsch apoya sus asertos es el africano beréber Agustín de Hipona (354-430), nacido en Tagaste, hoy Souk Ahras (سوق أهراس), Argelia.
La precisión sobre el lugar de nacimiento de Agustín de Hipona se hace no por la relevancia que esta nota erudita pueda tener para el artículo que hoy nos ocupa, sino por la que pueda adquirir en el caso de que decidamos analizar otros artículos de este autor.
Agustín de Hipona es uno de padres de la iglesia latina.
Tetsch se refiere a él como el ‘santo sabio de Hipona’ y evoca su pensamiento con estas palabras:
‹‹recordemos también todos los días que hacer piña con los peores en el error es la forma más rápida de envilecer.››
Esta es una paráfrasis de una cita muy conocida del sabio de Hipona, que dice:
‹‹Errare humanum est, perseverare autem diabolicum.›› (Agustín de Hipona, Sermones, 14 A. 1034)
‘Errar es humano, perserverar en el error es diabólico’. Tertsch proyecta sobre este principio los elementos que observamos en su paráfrasis, a saber: ‘hacer piña con los peores’ y ‘la forma más rápida de envilecer’, que obviamente no proceden -huelga mencionarlo- del pensamiento de Agustín de Hipona, sino del sesgo que Tertsch pretende darle a sus enseñanzas.
Independientemente de los propósitos Tertsch, que no vienen al caso, su paráfrasis yerra porque pretende igualar elementos cuya relación con el pensamiento de Agustín de Hipona es, como poco, discutible: el ‘hacer piña con los peores’ de Tertsch podría ser una de las infinitas maneras de ‘Errar’ de Agustín de Hipona, pero ‘la forma más rápida de envilecer’ debiera estar relacionada con la premisa ‘perseverar en el error’, una idea que Tertsch omite en su particular versión del pensamiento de Agustín de Hipona.
Cabe, pues, preguntarse que tendrá que ver esta paráfrasis de Tertsch del pensamiento de Agustín de Hipona con el pensamiento original de este sabio padre de la iglesia latina (‘Errar es humano, perserverar en el error es diabólico’) norte-africano de origen beréber salvo, claro está, la voluntad del autor de aproximarla a su distinguido nombre.
Volvamos ahora con las consideraciones que anticipábamos arriba sobre ‘ese Martínez, el sindicalista de la UGT de Madrid’ y ‘Pilar Rahola’. Avanzábamos nuestra convicción de que aquel es un simple ejemplo marginal, mientras que esta es la res de este opúsculo, lo que contradecía lo declarado explícitamente por el autor.
Pues bien. Nuestra conclusión es el resultado de comprobar la cantidad de información verbal explícita que Tertsch facilita sobre cada uno de estos dos sujetos. Así pues, de ‘ese Martínez, el sindicalista de la UGT de Madrid’ sabemos por el texto que forma parte de una categoría denominada ‘los peores’:
‹‹Y no hay que recurrir ya por desgracia a los peores, como ese (...) ››
Y que como sujeto se caracteriza por sus acciones:
‹‹ que proclama ya la guerra››
Y esto es todo sobre ‘ese Martínez, el sindicalista de la UGT de Madrid’.
Sin embargo, por lo que respecta a ‘Pilar Rahola’, Tertsch declara en primer lugar su adscripción a una categoría confusa:
‹‹hay majaderías que son un producto tonto del que vivir un listo, como por ejemplo Pilar Rahola. ››
Cuya aclaración debiera haberle dedicado Tertsch algún esfuerzo, ya que ‘Pilar Rahola’ es, según su declaración, un ‘listo’, cosa que contradice el género femenino de ‘Pilar Rahola’. Presumiblemente Tertsch no ignora la condición sexual de ‘Pilar Rahola’, así que esta falta de concordancia podrá deberse o a un propósito no declarado de Tertsch o a una errata.
Pero no acaba aquí la categorización de este sujeto. Más adelante puede leerse:
‹‹ una señora que lleva décadas viviendo en la casta costrosa y corrupta que ha hundido a Cataluña.››
‹‹ No sólo revela su peor catadura de chivata››
Estas notas descriptivas aparecen en el cuarto párrafo, que está dedicado casi íntegramente al sujeto ‘Pilar Rahola’. Queda claro, pues, por qué concluimos que esta formaba parte importante de la res de este opúsculo de Tertsch.
Si aceptamos esta hipótesis cabe preguntarse, pues, ¿por qué el autor se cree en la necesidad de los tres párrafos anteriores, con su dudosamente oportuno recurso al argumento de autoridad de Agustín de Hipona, su referencia a ‘ese Martínez, el sindicalista de la UGT de Madrid’, a ‘esa jauría de miserables agazapados tras el anonimato que siembran de insultos e infamias las redes sociales’, ‘a farsantes ridículos, a necios peligrosos y a canallas frívolos’, etc.? Es decir, ¿por qué no lleva la res del artículo, su tema central (‘Pilar Rahola’), al título?
Lamentablemente, nuestra respuesta a estas cuestiones es puramente especulativa, pero no se sale del texto. Tertsch se aplica a sí mismo sus propios consejos, con los que empezaba el artículo:
‹‹ Si le quitan el sitio para aparcar (...), no se exceda con los gestos ofensivos y tráguese o al menos no grite, murmulle los insultos(...).››
Y eso es justamente lo que hace. No se sabe si ‘Pilar Rahola’ le ha robado el aparcamiento, pero es muy probable que Tertsch sienta un fuerte impulso a ‘sacar el gato del portamaletas’ y realice el ejercicio extremadamente difícil de contención que consiste en no gritar y murmurar los insultos.
Afortunadamente, la gente de bien, la mayoría, renuncia a ellos.




martes, 14 de agosto de 2012

Argumento de autoridad y corriente de conciencia

«LOS obreros comían en los hoteles, restaurantes y cafés, negándose a pagar la cuenta y amenazando a los dueños cuando aquellos manifestaban su intención de reclamar la ayuda de la policía. Las mujeres de los trabajadores hacían sus compras en los ultramarinos sin pagarlas, por la buena razón de que las acompañaba un tiarrón que exhibía un elocuente revólver. Además, incluso en pleno día y hasta en el centro de la ciudad, los pequeños comercios eran saqueados». Así describe en «La revolución española vista por una republicana» la situación en Madrid en primavera de 1936 la diputada Clara Campoamor.

Así comienza Hermann Tertsch un artículo suyo publicado en el diario ABC el pasado 10 de agosto.

La cita es correcta. El amable lector puede leer estas palabras en la página 45 de esta edición , realizada en 2007 con la ayuda de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía.

No se puede decir que nuestro subrayado, las palabras de Hermann Tertsch, sean incorrectas o falsas, pero sí cabría decir que son inexactas ya que las de Clara Campoamor no están dedicacas a la idea general de describir la situación en Madrid en primavera del 1936, sino a responder a una pregunta muy concreta que ella misma formula en el propio texto, a saber:

¿Cómo lograron soportar los obreros de la capital de la República las consecuencias de esa huelga interminable?

Se refiere a la huelga de los trabajadores de la construcción, que se inició el día 1 de junio de 1936 y que no terminó del todo todavía cuando los militares se sublevaron el 17 de julio. Sobre este hecho Clara Campoamor narra su visión, sus recuerdos. Cualquiera de nosotros, de los que vivimos ahora, podríamos, si quisiéramos y pudiéramos (si sentimos la inquietud -querer- y si estamos dispuestos a aceptar lo que ocurrió sin prejuicios -poder-), conocer los hechos a los que se refiere la rememoración de Clara Campoamor y sus causas. El que sí pudiera y quisiera podría comenzar por leer este trabajo, por ejemplo.

Hermann Tertsch se refiere a estas palabras de Clara Campoamor diciendo:

Lo escribe un año después, ya en el exilio, cuando ya conoce las consecuencias terribles de la dejación total del Gobierno de la República en su deber de cumplir y hacer cumplir las leyes.

Estas ya son sus propias palabras, las de Hermann Tertsch. Aquel que hubiera querido y podido conocer la Historia sabría que estas palabras pertenecen a la categoría de lo equivocado, lo falso, lo mentiroso, o cualquier categoría que referida a aquello que no es verdad. Hoy quien quiere y puede sabe que el Gobierno de la República hizo cuanto pudo por cumplir y hacer cumplir las leyes, pero las enormes dificultades con las que tuvo que lidiar mermaron su actuación. De estas dificultades la mayor no fue precisamente la de la huelga de la construcción a la que se refiera Clara Campoamor, sino el golpe de estado de los generales Sanjurjo, Mola, Queipo de Llano, Cabanellas y Franco, que daría lugar a la Guerra Civil.

Nuestro subrayado señala las palabras sobre las que gravita la falsedad en la que incurre Hermann Tertsch, quién sabe si conscientemente o no, por un lapsus cálami o por amnesia selectiva. Conociendo la Historia es imposible acusar a los gobiernos de Casares Quiroga, Martínez Barrio y Giral (los de la República en junio, julio y agosto del 36), de dejación, siempre y cuando se sea intelectualmente honesto, es decir: siempre que se acepten los hechos que fueron pese a que se prefiera que hubiesen sido de otra manera.

Dejando a un lado estas obviedades, esta cita de Hermann Tertsch nos ayuda a comprender cuánto se puede parecer lo falso a lo verdadero en un enunciado verbal. Así pues, nosotros podemos permutar las palabras sobre las que gravita la falsedad del enunciado (la dejación total) por otras que convierta el enunciado en verdadero, por ejemplo:

Lo escribe un año después, ya en el exilio, cuando ya conoce las consecuencias terribles de los infructuosos intentos del Gobierno de la República en su deber de cumplir y hacer cumplir las leyes.

Esta simple permutación tiene relevantes consecuencias para el sentido, no sólo del enunciado, sino de todo lo que precede. Véase esto en el comienzo del artículo. Hermann Tertsch intenta hacer pasar la cita de Clara Campoamor por una descripción de la situación en Madrid en primavera de 1936, cuando en realidad es la respuesta a una pregunta que ella misma ha formulado sobre un aspecto de la huelga de la construcción, iniciada el 1 de junio de ese año. Algo mucho más concreto. Además, Tertsch yerra levemente el marco temporal (se deja llevar por palabras Clara Campoamor no citadas) y sitúa los hechos en primavera cuando en realidad se prolongan hasta el verano, llegando a coincidir con el comienzo de la Guerra Civil. Esta inexactitud generalizadora sería irrelevante si no fuese por la falsedad determinada por el sintagma la dejación total en el enunciado citado.

Aquella inexactitud y esta falsedad tienen un efecto acumulativo y sesgan la realidad histórica. En este artículo se destaca que Clara Campoamor describe la situación en Madrid en primavera del 1936 y un año después ya conoce las consecuencias terribles de la dejación total del Gobierno de la República en su deber de cumplir y hacer cumplir las leyes. Hermann Tertsch no menciona qué consecuencias son estas, y esto hace que el lector suponga cuáles han sido. Pero, como ha quedado sentado, el enunciado (la premisa) es falso (dejación total), y cualquier conclusión basada en premisas falsas será irremediablemente falsa.

Junto a esto, es elocuentemente reveladora la ausencia en todo el artículo de mención alguna al golpe de estado de julio de 1936 o a la Guerra Civil. Suponer que estas fueron las consecuencias terribles de la dejación total del Gobierno de la República es algo tentador para el que tiene una idea demasiado general de los hechos históricos relacionados, e irremediable para el que no cuenta con mucha más información que la que facilita el artículo. Añádase a esto un estímulo adecuado y esta versión sesgada de los hechos de 1936 acabará siendo asimilada de manera acrítica, irreflexiva e irracional.

Este estímulo lo va a introducir Hermann Tertsch inmediatamente.
Hasta aquí hemos analizado la parte erudita de este artículo, cuyos elementos presentan una elaboración directamente contratable con la realidad histórica y objetivable. Hemos dedicado cierta extensión a una cantidad de texto tan exigua por la complejidad de las implicaciones entre lo explícito y lo implícito.

Directamente a continuación de la cita anterior, Hermann Tertsch escribe:

La tragedia española, insensatamente idealizada por el anterior presidente del Gobierno, consigue de nuevo inspirar de la peor manera posible a algunos. La culpa máxima de ese «revival» de lo peor la tiene, sin duda, Zapatero.

Este quiebro temático, del presente al pasado, de 1936 a 2012, de los gobiernos de Casares Quiroga, Martínez Barrio y Giral, al de Rodríguez Zapatero, pivota en el sintagma la tragedia española, dando a entender que esa tragedia es algo que tienen en común los gobiernos de la República y el de Rodríguez Zapatero. La clave para identificar este elemento común nos la da Hermann Tertsch unas líneas más adelante, cuando dice:

El grotesco espectáculo dado por el alcalde paleocomunista de Marinaleda va en este sentido.

Se refiere al "asalto" de supermercados por el alcalde de Marinaleda, el Sr. Sánchez Gordillo (el entrecomillado de la palabra asalto es necesario porque los hechos que se le imputan al Sr. Sánchez Gordillo no se corresponden con el significado de esta palabra da el Diccionario de la Real Academia Española. El mismo Tertsch no la emplea y prefiere designarlos con la expresión grotesco espectáculo sin aclarar qué tienen estos hechos de "espectáculo" ni "grotesco" ¿Se trata de una metáfora?).

De modo que la tragedia española, que según Hermann Tertsch une al Gobierno de la República y al de Zapatero entre 2004 y 2011, se desglosaría de la siguiente manera: por una parte las consecuencias terribles de la dejación total del Gobierno de la República, a saber: el golpe de estado del 36 y la Guerra Civil (elementos implícitos en el artículo de Hermann Tertsch). Por otra parte (permítaseme parafrasear al autor del artículo) , el grotesco espectáculo dado por el alcalde paleocomunista de Marinaleda, inspirado por la tragedia española, insensatamente idealizada por el anterior presidente del Gobierno.

Pero tal vez convenga traspasar los marcos textuales y colocarnos en un marco conceptual correlativo para sugerir otra interpretación del texto de Tertsch. Esta sería que el golpe de estado del 36 y la Guerra Civil es al Gobierno de la República lo que el alcalde de Marinaleda es al de Rodríguez Zapatero. Sin embargo, esto contradice la realidad histórica: el partido de Rodríguez Zapatero perdió unas elecciones democráticas y el Gobierno de la República fue derrotado en una Guerra Civil originada por un golpe de estado.

Además, si consideramos los hechos en su estricta temporalidad, tal vez debiéramos cambiar el lugar que ocupa en este análisis el ex-presidente Rodríguez Zapatero por el presidente Rajoy Brey. ¿Sugiere Tertsch acaso la posibilidad de que el gobierno de Rajoy Brey sea depuesto tras un golpe de estado encabezado por Sánchez Gordillo inspirado por Zapatero?

Es imposible precisarlo. La precisión manipulativa del comienzo del artículo deja paso a un continuo fluir de febriles temas enhebrados de cualquier manera. Es como si la pluma que escribe estuviese guiada por una mente sobria al principio y, súbitamente, se viera presa de un frenesí creativo caótico con la sola evocación del ex-presidente Rodríguez Zapatero.

El lector, en esta parte, acaso haya olvidado a Clara Campoamor y al Gobierno de la República, e ignore que la Guerra Civil fue provocada por el golpe de estado de los generales Sanjurjo, Mola, Queipo de Llano, Cabanellas y Franco.

Tal vez Hermann Tertsch también lo haya olvidado.