viernes, 25 de noviembre de 2011

Un profesional de la comunicación y un político en activo

Estoy convencido de que que la costumbre de mentir, la mendacidad, deforma las potencias del ser humano lenta, constante e irremediablemente. No estoy moralizando; allá otros con juicios morales: doctores tiene la iglesia. No, en absoluto. Lo que quiero decir es que prodigarse en la mentira de modo sistemático incapacita a la larga para reconocer lo que es verdad. Esa es, precisamente, una de las cosas que enseña la fábula de el pastorcillo mentiroso de Esopo: el pastorcillo, tras haber mentido sobre la venida del lobo reiteradamente, acaba por no ser creído cuando dice la verdad: algunos no le creerán porque ha mentido, pero otros no le creerán porque no se fían de sus percepciones. El drama del pastorcillo es no poder demostrar que cuando es verdad lo que dice; se ha incapacitado a sí mismo para distinguirla y mostrársela a los demás.
En la fábula el problema es del pastorcillo. En la actualidad, en España, este problema lo tenemos todos: estamos sumergidos en un piélago de mendacidad con la que hemos aprendido a convivir. La mayoría nos conformamos con unas pocas certezas, las imprescindibles para seguir viviendo, y mostramos indiferencia ante las tremendas edificaciones mendaces que crecen a nuestro alrededor. Se miente en los periódicos y se miente al público. Esa es la realidad, y se acepta como un hecho tan natural como la polución de los coches o el ruido que provocan las obras públicas. Es discutible que estas cosas, la polución y el ruido, sean irremediables, pero es seguro que la mentira es remediable. Lo es sólo por el hecho de que toda mentira tiene su desmentido con la verdad a la que pretende hacer referencia.
Espero que quien lea estos post sepa disculpar estas obviedades hilvanadas unas con otras. A veces lo obvio, por ser obvio, se deja de lado más de la cuenta.
Lo que me ocupa el tiempo libre del que dispongo hoy es un hecho al que me he referido ya en un post anterior, en el que hablaba de las predicciones que en diferentes medios de prensa escrita se hacían sobre el resultado electoral del día 20 de noviembre pasado y de las cosas que iban a producirse en a lo largo de esta semana. En ese post hice referencia a una pseudo-noticia elaborada por don Federico Quevedo que hoy en la red, si se busca, tiene el aspecto siguiente (pinche aquí si quiere consultarla):


Bien, hoy es viernes.
Se ha formado una comisión de traspaso de poderes que en el caso del gobierno entrante estará presidida por la actual portavoz del PP en el Congreso de los Diputados, doña Soraya Sáenz de Santamaría, pero sobre los futuros ministros del futuro gabinete del presidente electo, don Mariano Rajoy, lo único que sabemos es precisamente lo que ignoramos, porque todo lo demás son especulaciones de ciertos profesionales de la comunicación que, sin encomendarse a dios ni al diablo, dicen quien podrá ser ministro y cuándo se formará un gobierno de urgencia. En el caso concreto de don Federico Quevedo a la hora de elaborar la pseudo-noticia arriba citada, el hecho de haberla publicado durante la campaña electoral, a dos días de los comicios, le exculparía si fuese él uno de los que se presenta a las elecciones: los ciudadanos escucharían sus palabras y supondrían que está exagerando o que tal vez esté formulando una intención. Pero don Federico Quevedo se presenta a sí mismo como periodista.
Esto, presentarse como periodista que escribe cosas de periodista, le permite hacer algo que no podría hacer si fuese candidato en las listas por el partido de sus simpatías: hacer campaña electoral el día de la jornada de reflexión, el día 19 de noviembre, sábado, con un texto que semeja en las formas a un artículo de opinión con el siguiente titular:


Don Federico Quevedo no es, ni mucho menos, el único profesional de la comunicación dedicado a estas labores desinformativas, pseudo-informativas o propagandísticas. Yo le he observado a él como podía haber observado a otro. El gran problema es desmontar sus edificaciones pseudo-informativas. La presunta noticia del gobierno de urgencia se ha publicado, la semana ha pasado y nadie ha aclarado por qué no se ha formado ese gobierno de urgencia. Puede tratarse de una equivocación, de una mentira, de una exageración, etcétera, pero en cualquier caso es una falsedad, y como tal es una falta de respeto a los lectores.
Aunque habrá lectores a los que no les importe.
Y, así, el pastorcillo continúa dando la señal de alarma y los que la oyen no la escuchan; se muestran indiferentes. Es lo que ocurre cuando lo falso se repite reiterada y cotidianamente.
Cambiando el tercio, pero dentro de este mismo tema, no sería muy diferente el caso de un político que diga cosas que no tienen posibilidad alguna de ser ciertas. Al fin y al cabo el caso anterior, el gobierno de urgencia, es algo que se formula como posibilidad, una posibilidad imposible si la sucesión de poderes se atiene a la legalidad vigente, pero posible si se vulnera de alguna manera, aunque ésta sea pretendidamente legal.
Digo que al político que dice cosas irremediablemente falsas en el momento que las dice debieran computársele tales actuaciones en la categoría de las mentiras, las equivocaciones o las exageraciones; en cualquier caso, en el apartado de las falsedades. Hoy podemos encontrar un ejemplo en la prensa del día:


Cuando han pasado cuatro días desde las elecciones, cuando la comisión de traspaso de poderes aún está trabajando, cuando aún no se han nombrado los ministros, cuando el propio presidente electo, don Mariano Rajoy, está trabajando en las primeras gestiones de su gobierno, si bien sin convocar a los medios, don Alberto Núñez Feijoo deja entrever que el Gobierno en funciones ha falseado la contabilidad. Él, que no es periodista, no nombra fuente alguna, no formula denuncia alguna, no acusa, solo lo deja entrever (tomo la expresión de don José Precedo, redactor de El País, medio que recoge la noticia).
Doña Dolores de Cospedal formuló una acusación similar cuando ganó las elecciones autonómicas en Castilla-La Mancha. Al menos doña Dolores es la presidenta del Castilla-La Mancha y se le puede presumir un conocimiento directo de lo que ocurría. También es cierto que dentro de la ciencia contable existen determinados elementos que pueden ser ponderados según convenga destacar el debe o el haber, y a doña Dolores le conviene destacar el debe. En cualquier caso su implicación como gobernante hace comprensible las exageraciones en las que pueda incurrir. Por otra parte, tal como son las cosas, el único modo de saber positivamente cuál era el estado de las cuentas de Castilla-La Mancha sería que un equipo de técnicos del otro lado del planeta auditase las consejerías de Castilla-La Mancha de acuerdo con un criterio contable objetivable, y eso sabemos que no va a pasar, o al menos lo suponemos, del mismo modo que don Alberto supone la falsía de las cuentas del Estado por el Gobierno en funciones.
El ejercicio de don Alberto Núñez Feijoo desafía las leyes de la verificación empírica y del razonamiento hipotético deductivo. Don Alberto no puede saber cómo están las cuentas del Estado porque él no forma parte de la comisión de traspaso presidida por doña Soraya Sáenz de Santamaría, porque muy probablemente los miembros de esa comisión no sepan aún cuál es el estado de esas cuentas y, por acabar, porque su responsabilidad institucional empieza y termina en la comunidad autónoma gallega, de cuyo gobierno es presidente.
A no ser, claro, que don Alberto cuente con un servicio de información secreto, como el CNI, pero en Galicia, algo que le está vedado por las leyes a un presidente de comunidad autónoma. Pero yo, en honor a la verdad, dejaré entrever que no contemplo esa posibilidad.
Por lo tanto, ¿por qué don Alberto deja entrever que el Gobierno ha falsificado la contabilidad? Podemos ahora reunirnos y apuntar todas las respuestas que se nos ocurran a esta pregunta. Podrán ser ciertas todas las posibilidades, pero seguro que ninguna aclarará la veracidad o falsedad de lo entreverado por don Alberto porque en este juego eso es irrelevante, lo mismo que en el ejemplo anterior.
Al primero, al segundo y a todos (a don Federico Quevedo, a don Alberto Núñez Feijoo y a todo ser humano dedicado a comunicarse con el público) debiéramos exigir, aunque sólo fuese por propia estimación, que lo que digan sea verdad. La costumbre de mentir deforma las potencias del ser humano que miente y, lo que es peor, adormece las de los que oyen, indiferentes, las mentiras.

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